A lo largo de la historia se ha discriminado a las personas que demostraban algún tipo de discapacidad, no existía esa “sensibilidad” que hay hoy en día. Un ejemplo muy claro está en la antigua sociedad espartana, que enviaba al monte a morir a los recién nacidos que tuvieran alguna malformación o flaqueza.
La Iglesia de la Edad Media condenaba a la hoguera a estas personas exclusivamente por ignorancia, y más adelante, en futuros siglos, los enviaban a orfanatos o manicomios, incluso realizaban experimentos con ellos.
La sociedad del siglo XXI está más concienciada y se han ido otorgando ciertos derechos a todas las personas con discapacidad a través de políticas de inclusión y a su constante visibilidad en los medios de comunicación.
No obstante, siempre queda vestigio del pasado y no todo el mundo les acepta por igual. La discapacidad, sea cual sea, es motivo de falsas creencias o estereotipos que vamos alimentando con el paso del tiempo, como que son personas dependientes, débiles, incapaces de crecer personal o laboralmente, etc.
Al fin y al cabo, nosotros mismos les etiquetamos de una manera cruel que puede repercutir en hacerles sentir inferiores, con lo que a la larga no se puedan integrar plenamente en la sociedad.
Desde niños nos formamos unas ideas erróneas que deben irse corrigiendo, ya que vemos al prójimo como razón de burla, sin pensar en las consecuencias.
¿Cuál es la razón de creer que no pueden valerse por sí mismos, que no pueden trabajar o dar un simple paseo ellos solos? Supongo que dependerá del caso, pero lo que no debemos hacer nunca es hacer nuestros propios prejuicios sin basarnos en un conocimiento previo de la propia persona.
Tendemos a generalizar a todas las personas con discapacidad y las deshumanizamos con frases o palabras del estilo: “pobre, qué pena verle así…”, tenemos actitudes negativas o de rechazo ante ellas y les hacemos invisibles simplemente porque tienen ciertas limitaciones.
Y la mayor parte de esas limitaciones, aunque no somos conscientes, se las creamos nosotros mismos, por protección, por comodidad, por temor, etc.
Vivimos en una sociedad, en mi opinión, fría, distante, carente de valores, donde cada uno vive su vida individualizada sin pensar más allá de sí mismo o su familia más cercana, de su día a día.
Suele primar la belleza, la falsedad, las prisas, la productividad, sin pararnos a ver la vida, a reflexionar sobre la integridad sobre uno mismo, mientras socialmente se fomenta la tolerancia, la igualdad o la diversidad, aunque quizá sea admitido por una minoría.
Está claro que no todo el mundo es tolerante, lo experimento en algunos momentos con un familiar, que tiene discapacidad mental, y he de decir que todos los prejuicios existentes están carentes de sentido, es puro desconocimiento.
Pero hay otro sector de la población que aúna todos los valores positivos anteriormente mencionados y hacen de estas personas con discapacidad, personas más felices y con una autoestima envidiable.
Mi percepción social, en relación a la discapacidad, se encuentra entre la compasión y la fascinación; compasión porque “pobrecitos, lo que les ha tocado vivir”, y fascinación por “oye, todo lo que está consiguiendo”.
Creo que en los últimos años ha mejorado mucho su integración, sobre todo gracias a la sensibilización existente, la eliminación de muchas de las barreras físicas que había y a las nuevas tecnologías, que permiten una inclusión más factible.
“Porque ser diferente no es un problema, el problema es que te traten diferente”.