Diversas teorías, tanto clásicas (siglo XIX y principios del XX) como modernas (a partir de la década de 1960), avalan que el juego es una práctica especialmente importante en la vida de los niños, ya que es su modo natural de interactuar, de aproximarse y de comprender la realidad que les rodea; es su forma principal de aprender y ejercitar destrezas.

Así, la Teoría Pragmática o del Pre-ejercicio de Karl Gross postula que el juego surge de una predisposición innata que conduce a las personas a estar activas y a potenciar sus cualidades y funciones biológicas para adaptarse al medio. Es la forma primordial de aprendizaje. Para el niño, la finalidad del juego está en sí misma, ya que presta más atención a los procesos que a los resultados, y eso le permite probar y experimentar mediante ensayo y error con total libertad.

Del mismo modo, la Teoría Psicoevolutiva de Piaget muestra que el juego participa del establecimiento y desarrollo de nuevas estructuras mentales y la Escuela soviética de Vygostsky y Elkonin señala al juego como impulsor del desarrollo que emerge de la necesidad de conocer y que el juego conforma el surge de la necesidad de conocer, reconocer y dominar los objetos del medio.

En definitiva, el juego se presenta como una actividad, tanto física como mental, que despierta el interés y la motivación en los niños y les ayuda a desarrollar estrategias para resolver sus problemas, lo que aumenta la confianza en sí mismos. Además, contribuye a su crecimiento y maduración favoreciendo la socialización y el desarrollo de su personalidad.

Por lo dicho anteriormente, el modelo lúdico como método de intervención educativa basada en el juego, se ha convertido en un instrumento más que adecuado en el proceso de construcción del conocimiento matemático en el ámbito escolar al tratarse de un acto insustituible en el desarrollo psicosocial del niño; aprendemos como consecuencia del juego.

Dicho modelo parte de un diagnóstico previo de la situación de los niños y comprende unos objetivos didácticos y una justificación razonada de las propuestas de intervención. También es necesario organizar el tiempo, el espacio y los recursos educativos además de tener instrumentos eficaces para evaluar.

Desde la perspectiva de la Teoría de las Situaciones Didácticas y de la Educación Matemática Realista (EMR), las situaciones problemáticas que se planteen deben presentarse en contextos significativos próximos a la experiencia previa de los alumnos y estar diseñadas para provocar en ellos la necesidad de actuar, comunicarse e interaccionar con sus iguales, el docente y con el entorno físico y de utilizar recursos matemáticos para su organización y solución.

De este modo, los alumnos se sitúan como sujetos activos en el proceso de enseñanza-aprendizaje organizando su actividad, tomando sus propias decisiones, comprobando sus estrategias y relacionándose socialmente, es decir, construyen su propio conocimiento matemático desde la acción e interacción como instrumento de adaptación en respuesta a los obstáculos surgidos en contextos funcionales.

Para finalizar, debemos destacar el papel a desempeñar por el docente como promotor de la investigación, organizador, animador, facilitador de situaciones problemáticas, guía y mediador entre estas y los alumnos.

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